“Yo protagonicé el mayor fracaso del fútbol argentino. Y fui criticado increíblemente. Nunca más pude superar eso.” Afirmaba Marcelo Bielsa hace unos días, en lo que fue su última rueda de prensa como entrenador del Bilbao Athletic. Por su puesto, esa frase fue título de todas las notas de diarios y programas de televisión. Quién ha seguido a Bielsa a lo largo de su carrera, o por lo menos en algunos pasajes de ella, sabe que esa es una verdad incompleta. Es decir, ¿desde qué punto califica Marcelo Bielsa aquel Mundial de Corea-Japón como un fracaso? Está claro que desde un punto de vista simple y pragmático. “No se cumplieron las expectativas, entonces se puede calificar como fracaso”, respondió en ese momento. La frase que muchos querían escuchar, la repitió once años después. Podrán decir que Marcelo Bielsa lo admitió y asumió aquel término.
Por su puesto, quien titule con esa frase se queda sólo con el lado pragmático, del resultado, una eliminación que es irreversible. Ahora bien, nadie se tomó el trabajo de preguntarle a Bielsa si esa selección de Corea y Japón 2002 fracasó en el juego, en las formas, los recursos utilizados, en asumir el protagonismo. La respuesta es NO, y aquí es donde pienso hacer hincapié para analizar esa fatídica Copa del Mundo. Once años después, está claro que lo que aquí se pretende no es buscarle excusas a un resultado irreversible, pero sí recordar algunas cuestiones luego de volver a ver y analizar los tres partidos jugados en la cita mundialista.
“El juego sólo puede ser analizado desde 3 puntos de vista: La fidelidad al estilo, jugar de una determinada forma, cualquiera sea; El dominio, quién posee la pelota; y la cantidad de llegadas” continuó Bielsa en su último encuentro con el periodismo. Teniendo en cuenta estos parámetros, analicemos lo sucedido:
Ante Nigeria, en el primer partido, los tres parámetros estuvieron presentes. El equipo demostró la identidad clara, el “estilo Bielsa” que había mostrado durante todo el ciclo, aunque no en su mejor versión. El dominio fue casi exclusivo de los albicelestes, con tramos de choque y otros de buen caudal futbolístico a partir de un buen partido de Verón, el desequilibrio de Ortega y la dinámica de Kily González. Las ocasiones de gol, resultaron ser no menos de 20, de distinto grado de calidad, y culminaron con el gol de Batistuta que significó la merecida victoria.
En la derrota ante Inglaterra, el combinado nacional mostraría su peor cara en relación con los otros encuentros, pero en menor medida, los aspectos a analizar se pueden reconocer. El estilo estuvo, aunque limitado por la calidad de los jugadores ingleses, entre ellos, Scholes, Beckham y Michael Owen. No se vio la misma fluidez que enamorara a todos durante las Eliminatorias, pero la intención de presionar al rival y atacarlo rápidamente es reconocible. El dominio fue repartido, y se repartieron las situaciones de gol casi igualitariamente. La derrota se justificó en el penal a Owen y alguna escapada del crack inglés, pero el empate no le hubiera ido mal al desarrollo.
En el partido de la necesidad imperiosa de ganar, ante Suecia, los dirigidos por Bielsa buscaron por todos los caminos y formas posibles la forma de ponerse en ventaja. De nada sirvió el dominio casi absoluto de la pelota y el mejor partido del equipo en lo que respecta a su traslado, mucho más criterioso de lo que muchos recuerdan. Tampoco sirvieron las 15 ocasiones de gol generadas de todas las formas para buscar el gol que era esquivo. La suerte, factor fundamental según considera el propio Marcelo Bielsa, quiso que un tiro libre magistral de Svensson roce la mano de Cavallero y entre, cuando el equipo sueco había generado tan sólo cuatro ocasiones de gol a lo largo de todo el encuentro. El gol argentino anotado por Hernán Crespo, que llegaría por la vía que no se busca, no se planifica ni entrena como lo es la vía del penal, sólo serviría para alimentar estadísticas. La eliminación menos pensada era un hecho.
El fútbol, el destino o la suerte, que en este caso oficiaron de lo mismo, quisieron darle una lección imborrable a un pueblo exitista como lo es el nuestro, que se veía campeón del mundo antes del Mundial. El equipo que había ilusionado a todos con el mismo estilo de juego, los mismos intérpretes y el mismo entrenador, quedaba eliminado en Primera Fase. Empezaba la campaña del fracaso. Todo lo bueno que la Selección Nacional había hecho a lo largo de cuatro largos años, debía ser criticado aunque sólo sean pocas cuestiones las que hayan variado para la competencia mundialista. Los jugadores, reconocidos mundialmente como estrellas, debían ser puestos en tela de juicio hasta puntos insospechados. El entrenador que había sido avalado debía ser destruido y criticado duramente de “caprichoso y obstinado” por citar los calificativos más leves, sin haber renunciado al estilo y habiendo practicado un fútbol menos efectivo pero similar al que había desarrollado.
“No debe ser evaluado lo que se obtiene sino lo que se merece. Por supuesto que este tipo de mensaje sirve para ser ridiculizado”, es otra de las frases que dejaba en la conferencia final como entrenador del Athletic. Parece mentira, pero once años después la reflexión es aplicable a lo sucedido en aquel 2002. ¿Argentina mereció más en aquel Mundial? Sí mereció. Como mínimo ganarle a Nigeria y Suecia. ¿Obtuvo? No, en ese aspecto es un fracaso. Desde el juego, los recursos fueron nobles. ¿Se intentó por todos los caminos? SI. ¿Jugó la suerte a favor de Argentina en los cabezazos de Batistuta y Pochettino o aquellos de Sorín? No. El fracaso del resultado, repito es IRREVERSIBLE. Pero Argentina, y Bielsa merecieron más.
Por supuesto que todo lo que aquí se expone, sirve para ser ridiculizado…
Tan estrecha es la frontera, tan delgado es el límite entre la victoria y la derrota que lo único que resiste son las ideas.
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